Saturday, August 9, 2008

“¿Qué letra le va mejor a la poesía?”

Justo cuando Eterio Ortega [que estaba cenando en la nueva terraza PdT junto a Juan Antonio Pérez Millán, la concejalota Blanquita y un tipo con barba negra recortada] me preguntó “¿qué letra le va mejor a la poesía?”, fue cuando caí en la cuenta de que hablábamos idiomas distintos. Yo tiré por el camino de la sonoridad [casi sin pensar le contesté que la erre… y, como mucho, la ese], mientras él me preguntaba por la estética tipográfica [yo andaba en la música y él en la visualización estética]. No pareció importante el corto cruce de palabras, pero a mí me dejó toda la jodida noche pensando en la vaciedad del sonido [mi vaciedad] y en la tonta razón de la estética tipográfica sobre el papel [su sinrazón].
Dio Eterio con su flecha justo en la mancha nibelunga de mi espalda, pues llevo meses debatiéndome en armarme una nueva estética en la que la ‘sonoridad’ juega conmigo con mucha más fuerza que la ‘verdad’ presentada con ‘facilidad’ [que siempre fue mi norte de acción poética]. Su “¿qué letra le va mejor a la poesía?” fue un chorro de luz y a la vez una bofetada que le agradezco al coleguilla cineasta [todo asumiendo la inocencia de su pregunta, que más bien era un artilugio conectivo para quitarle hierro a la mirada y a la tensión del silencio primero entre dos desconocidos]. El caso es que Eterio logró que saltara en mí con fuerza esa duda permanente sobre lo que escribo con intención poética y me dejó hecho unos zorros [algo que me viene muy bien en estos días bajos y anodinos].
Seguiré dándole vueltas.
Y con la cabeza así de enredada, me levanté temprano y di una vueltecita por la ciudad vacía con intención de refrescar el cerebro de ese ardor quitasueño… Me senté en los escalones de la iglesia de El Salvador y enseguida se me vinieron a la cabeza mil postales antiguas que son casi mi historia común con otros hombres y mujeres que pisaron las mismas piedras y se sentaron en los mismos escalones.
Los días del “Santa, santa María, madre de Dios…” cantado por don Ciriaco en 1965 me llevan a un invierno de carámbanos y viento en remolinos, con el monte de El Castañar de color gris palo y los críos haciendo fila en el pórtico salesiano, ateridos, para entrar a las aulas. De aquellos días tengo vagos recuerdos que se mezclan con otros absolutamente nítidos: los sopapos a mano hueca de don Víctor Lobo, la vena del cuello del temible don Sabino, las estiradas de patilla de don Mariano, los campanazos en la cocorota de don Vicente, los reglazos en los dedos de don Jesús de Miguel [su regla llevaba escrito el nombre de ‘La Dolorosa’]… “… ruega por nosotros, ahora y en la hora de nuestra muerte, amén…”. Fue un tiempo de jugar al hinque y de no toser [toser en clase suponía siempre un cogotón], de aguantarse las ganas de orinar hasta el final de las clases [luego meábamos en comuna a la puerta del colegio entonando aquel “el que no junta meao come mierda con salvao”], de echarse unos achuchones a pídola o de tirar el trompo tuneado con auténtica maestría, de rifar con las canicas a ‘porro’ al ‘gua’ o ‘al chino’ [la cantinanela empezaba… “porro, anteporro, giliporro…”], de echarse unos partidos interminables de ‘golcan’ con Riobó, de entrenar minibasket con don Pedro Fermosel, de cantar en el coro alrededor del organito procurando no hacer gallos [cada gallo se pagaba con un capón a nudillo saliente que chichoneaba la cabeza con todo lujo de abultamientos], de huir de los mohínes de algún curita pederasta, de tomar Laxembusto y aspirar Vics nasal mentolado, de oler al Vaporub que te embadurnó tu madre en el pecho y en la espalda antes de salir de casa, de bañarse en el cubo grande de zinc con agua recién hervida en el cazuelón, de quitarse la roña de las rodillas con fregón amarillo y jabón Lagarto, de rascarse los sabañones de las orejas y cazar arañas poniendo una hormiga viva en la tela [luego las guardábamos en cajitas de cerillas de Fosforera Española], de buscar lombrices para ir a pescar con el tío Rufino o con el tío Ricardo, de hacer tesoros en el murallón con papel de plata y un cristalito, de meter pesetas [y algún duro] en la hucha comemonedas de la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Salamanca hasta que se llenase, de jugar a la taba con la correa en la mano…
También recuerdo al tamborilero de la Sierra de Francia tocando el ‘eché leña en tu balcón para ver si me querías… ahora que ya no me quieres, dame la leña, que es mía’ en alguna boda y a las mujeres con velo negro confesándose con don Carlos en San Juan [¿qué cojones le dirían, si todas eran castas y puras, coño?]. Eran tiempos de ropa negra para guardar el luto y de peinados huecos con olor a laca, de briscas en las tabernitas y de anginas y vegetaciones [nos las amputaban a la menor en la casa de un médico que vivía en la calle Colón], de novilladas con sombrerito tirolés y abanico de tela, de pan con canterón que siempre se comía el padre [el canterón, que para los críos quedaba la miga], de cine en blanco y negro y cintas de San Blas para proteger las gargantas, de hornazos con chorizo en la tahona blanquísima de Rosi, de bacalao donde el señor Anselmo, de la magia del Teatro Chino de Manolita Chen o del Bombero Torero, del lucero de la ERSA y del arroz con patatas y pimentón, de los cromos repe del álbum Maga, de los maletones aparcados en el andén de la estación de Béjar en espera del tren Ruta de la Plata…
Todo eso soy yo sentado ahora en estos escalones, con el portón de la iglesia detrás y un par de gitanos riendo a mi derecha… y también el ‘Pato sirirí’ de Cafrune o el ‘Estas botas son para caminar’ de Nancy Sinatra o el ‘Casitas de la colina’ de Víctor Jara… y también soy lo que voy a ser y lo que no podré ser jamás.
Y yo qué sé qué letra va mejor a la poesía, amigo Eterio. Ni lo sé ni me importa, pues ser una vida en Garamond resulta lo mismo que serla en Ybarra o en Times New Roman. A fin de cuentas es ser una vida.
A ver si nos vemos con más tiempo, compañero, y te cuento lo de mi abuelo, que te va a interesar mucho más que la estética editorial de la poesía. Un abrazote.
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Nuestro bejarano vivo más universal, el artista Alberto Hernández, anda ya por China mostrando sus bondades creativas con el fin de dotar de contenido al Centro Internacional de Artes Cerámicas de la ciudad de Fuping, cercano a Xian, donde reposaron durante siglos los impresionantes guerreros de terracota, que será uno de los más grandes e importantes del mundo, además de otras actividades propiciadas por la Academia Internacional de Cerámica [IAC], con sede en Ginebra, de la que Alberto es miembro de número [es curioso cómo de nuevo la prensa se olvida de lo que no se debiera olvidar… que ni una reseña ha existido sobre este importante viaje de nuestro mejor valor artístico a la cuna de la cerámica mundial].
El caso es que Alberto me ha empezado a enviar imágenes desde Shanghai y acabo de proponerle que junto a ellas me envíe algún texto de lo que le vaya llamando la atención para adjuntarlo a las entradas de mi blog y entrar así en una conversación virtual y visual.
Espero que mi mensaje le llegue al coleguita y podamos dejar una huella curiosa de su paso por esas tierras desconocidas y por esas costumbres apasionantes.
Hoy me llegaron tres correos de Alberto con las imágenes que adjunto y con el solo texto: “¡Qué belleza!”.
Hagamos un diario compartido de tu viaje, amigo, que me apetece un montón.
Besos.





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Anoto visita molona de Diego Fernández Magdaleno y su Tere, así como comida entrañable con mi hijo Malick.
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