Tres días perdido en la hermosura caliente de la Sierra de Francia montando obra propia para decorar las habitaciones de un hotel lujoso y coqueto en San Martín del Castañar, y todo gracias a que mi buen amigo Josetxo Lami se enamoró de mi trabajo ‘Mira cómo te miro’ y le encontró una salida decorativa que es muy de mi agrado [no voy a contar lo putas que las he pasado para colocar la obra sobre las paredes recién pintadas, ni tampoco los juramentos que les he dedicado a los fabricantes de adhesivos rápidos]. El caso es que he pasado tres días de auténticas prisas, de agotamiento y de excitación, pues el trabajo debía realizarse con la zorola urgencia de inaugurar el hotel el próximo viernes.
Al placer de colocar mi ojo derecho sobre cada una de las cabeceras de las camas se sumó el encontrarme de sopetón con Fernandito R. De la Flor y su hermosura de señora sentaditos en la plaza mayor de San Martín [donde tienen una casona que comparte el apellido de palacio con el de tesoro]… y con ellos a Amelia Gamoneda y consorte, a José Antonio Sánchez Paso y diosa… y, cómo no, al enorme Fabio a su musa argentina [divina periquita con una sonrisa incomparable y un gesto pícaro en los ojos que me llemó la atención con cierta dosis de morbillo –perdona, Fabiete–].
Apenas pude estar con mis amigos porque andaba muy nervioso con el acabado decorativo, pero me dio tiempo a gozarlos lo que dura una Coke en verano.
San Martín andaba en mediofiestas, con jubilados bailando jotillas al son del tamboril y la dulzaina, con sus sombras y sus luces configurando una heráldica de agua. Pueblo hermoso donde los haya, para perderse en él y quizás hasta para quedarse a morir en sus callejas.
Estuvo todo de puta madre.
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