Thursday, August 7, 2008
Mi pueblo, Béjar, es absolutamente delicioso.
Anda el ambiente caldeado en el lugar durante este agosto de cinturas y mondongos. Ayer, mientras se desarrollaba la lectura poética que realice junto a mis colegas bejaranos y mediobejaranos Antonio G. Turrión, Antonio S. Zamarreño y Mercedes Marcos [invitados todos por la deliciosa agrupación vecinal Muralla de La Antigua] unos zorolos [los de siempre] se liaron a hostias en el fondo, junto al chiringuito que ha montado la agrupación… y a la una de la madrugada, otra vez hostias con similares protagonistas en la terraza PdT [esta vez le tocó recibir algo a mi You por meterse a apaciguar]. El personal anda de los nervios… vamos, que entre botellones, supuestas agresiones, intentos de linchamiento, peleas, sacos con huesos y otras mil miserias, este pueblo mío aparece en todos los papeles justo por lo que no ha sido nunca, un pueblo violento y acre [habrá que agradecérselo a los responsables individuales y a la jodida prensa amarilla que se hace eco de las peleas y no de los hermosos actos culturales organizados durante toda una semana [sin apenas presupuesto] por los estupendos vecinos de La Antigua.
Que mi Béjar era de tres horas en tren a Salamanca con paradas molonas en los diversos apeaderos, de Cañanda y Sebastián el de las medallas, de estirpe Mateín con su Gurugú y todo, de helado de mantecado en cucurucho de dos bolas para quitarse el dolor de anginas, de tocados indios hechos con hojas de castaño, de piñones saltando en el fuego y castañas recién asaditas, de vírgenes en El Castañar rezando a la patrona para dejar de serlo, de metiditas de mano en Campopardo, de grandiscas paseando La Corredera con sus zorros, de sus cuatro o cinco locos pacíficos, de uvas recién cortadas de las parras que daban sombra a los corralines de las casas, de días de matanza y de mañanas de hacer jabón con sebo, de bailes en la terraza Yuste y bodas piporras en el Hotel Comercio, de pompas fúnebres luisitas y de serrana a Salamanca a primera hora para ir al radiólogo, de días de fútbol en el campo florido del Béjar Industrial y de gloriosas victorias baloncestísticas en los salesianos, de ferias con tiovivo y coches eléctricos, de turroneras y panaderos con burro, de damas de un raro ejército de salvación que te condecoraban con crucecitas rojas si hacías una buena acción, de domingos en las lagunas bañándonos en pelota picada [se te quedaba el pito chico de puro fría que estaba el agua]… es la imagen que me gusta recoger de mi pueblo cuando quiero evocarlo, y no estas suciedades de hombres que son mondajas podridas [los hay en cualquier parte] y de otros que no piensan sino solo en sí mismos.
Mi pueblo, Béjar, es absolutamente delicioso, lo juro. Hay que venir y verlo.
ANTONIO
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