El arranque de la temporada ha sido tan triste como todos los anteriores en los que participé: padres competitivos en una historia que debiera ser participativa, entrenadores zorolos que no mueven los banquillos [algunos críos se quedaron tristes con esa dura enseñanza del ‘tú no sirves para esto’] y los chavales embebidos de una ilusión que les roban desde la mismita raíz.
Pensaba mientras asistía al juego que, si esto no cambia, prohibiré a mis hijos apuntarse a estas actividades seudodeportivas.
El resumen exacto es un cabreo intenso por lo mal que se hacen las cosas y un principio de congelación en todos y cada uno de mis salientes carnosos.
No me gustan los Juegos Escolares… nada.
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Lo poético aflora de lo común, pero solo lo hace si el tipo que poetiza ha sido capaz de levatar los ojos de sus ocupaciones para mirar lo que sucede a su alrededor. Es tan sencillo como eso… y tan difícil.
Es ésta una de las causas de mi sensación última de vejez, que las ocupaciones y las preocupaciones apenas me permiten levantar la mirada para enredar un poema… tendré que tomar medidas, buscar evasión de la jodida normalidad [de norma] diaria y empezar a rejuvenecer de nuevo.
(13:19 horas) Anoche salí de caza con mi cámara porque quería fotografiar la noche bejarana que siento, pero todo se torció al primer envite. Ya estaba yo con mi Nikon en ristre a punto de enfocar el cartelón que ha puesto el cura de El Salvador en la fachada de la iglesia, cuando me llamaron la atención desde un coche.. era Luisito, que andaba pegando las esquelas de la madre de Toñi, un chaval extraordinario [antiguo compañero de colegio] que ha tenido una vida dura junto a su madre. Le recordé inmediatamente, y lo hice con nitidez, subiendo totalmente doblado la cuesta que lleva dede Colón a la Plaza de la Piedad… Luisito llevaba una sonrisa feliz, una sonrisa que hacía años que no veía instalada en su cara… me dijo: ‘mañana me voy a…’, y yo enseguida supe cuál era su destino, un destino que se merece.
La parada de Luis me rompió el ritmo y la ruta [tenía pensado recorrer la noche bejarana caminando y tomando imágenes], y me quedé trabado en la Plaza Mayor con solo dos imágenes: la cara feliz de Luisito y mi coche aparcado haciéndole frente a una oscuridad libidinosa y húmeda.
Me senté entonces en el patio superior del Palacio Ducal y pensé que la noche es para hacer el amor furtivo en sus esquinas, para buscar portales donde arder, para sentirse clandestino y notarse creciendo en una especie de temor hermosísimo y oscuro.
Recordé entonces uno de mis poemas, el que no atinó a ponerle final al libro ´El amante discreto de Lauren Bacall’ porque se solaparon otros versos, aunque era mi primer final pensado y debiera haber sido el definitivo…
AVEC NOTRE INFINI
[Con nuestro infinito]
¿Por qué no fui yo el ojo de la aguja
por donde apenas la razón asoma,
ni supe desconocerme en una mujer
quebrada a la orilla más mansa del Tormes,
haciéndome río con el río,
resto calcinado con la escoria letal de su estuario?
¿Por qué no amé en septiembre,
cuando un sexo cremoso
se me ofreció desnudo,
rojo,
incendiado...
y fui mortal conciencia,
sueño solo?
Aquí, al lado justo de mi ventana,
se comen los amantes, se devoran
con sus lenguas voladas en saliva.
Sus vientres se confunden
y hasta mí llega el ácido
sudor de su batalla.
Justo al lado de allá de mi pared
suena el jadeo,
el cabalgar más húmedo
que pueda imaginarse.
¿Por qué no estás ya aquí?
Salvajes estaciones con sus cambios de luna
que sólo me traéis confundido el deseo
de ser el preciso asesino,
el violador borracho ahogado por su semen,
y siempre me ofrecéis un trago de conciencia
vestida de virtud que paraliza.
¿Por qué no permitís que me desate,
que se desate todo,
y se hagan los solsticios en carne sobre carne?
Mordido labio de la vida que sangras siempre
por el lado correcto,
¡púdrete!, porque en mi silla tengo el ataúd constante
y entre mis manos crecen blancas flores lascivas
y miel extrangulada.
¡Púdrete!,
pues ni aún el prostíbulo conozco
y sólo sé yacer con mis despojos.
Dime,
¿por qué ya no estás?
Y conduje hasta casa dando una vuelta larga, sintiendo el vacío en el cuero de los asientos de mi coche y notando cómo algo me pregunta por dentro… ‘¿Por qué?’.
Y ya en el ascensor me hice una foto que completó mi retrato sicológico del día… un rostro atormentado sin razones… quizás fuera por eso.
De FUMADORAS |
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