Dios se imagina justo en la necesidad de dar significado al dolor, en el miedo futuro y presente… no en la belleza ni en la armonía. Dios se imagina como una necesidad del que sufre o del que comprende que va a sufrir, y se imagina como un placebo sicológico contra el abismo del fracaso vital…
También se imagina Dios desde un punto de vista espurio, para dominar y obtener, para doblegar voluntades, para sojuzgar, para hacer un ejército endiablado de locos.
Dios se imagina para salvarse.
(16:10 horas) La mujer que caminaba por la acera sabía perfectamente cuáles eran sus poderes y hacía ostentación de ellos: un culo magnífico y un movimiento acorde y maravilloso del mismo. Llevaba un pantalón negro ajustado que marcaba perfectamente los cortes y las simas, unas botas altas hasta el bajo de la rodilla y una cazadora muy ajustada a la cintura para marcar mejor la frontera de lo goloso.
La miré caminar mientras esperaba mi turno en el despacho de pan y me quedé tan absorto que hubieron de llamarme la atención cuando llegó el momento de pedir.
– Una baguette, por favor.
La tomé, pagué su coste mientras me comía el ‘cuscurro’ que sobresalía de la bolsa de papel y me tiré a la calle para ver si aún podría divisar aquel culo magnífico.
La mujer se alejaba al fondo caminando deprisa, haciendo contrastar su figura negra y estilizada contra el gris de la calle. Me quedé un ratito mirando cómo desaparecía al fondo.
Luego, mientras tomaba el camino de mi casa, me dio por pensar en lo que más me gusta de una mujer desde el plano físico y carnal: indefectiblemente el culo y el pecho. El primero generoso y el segundo bien calibrado y marcado. Eso cuando estoy ciego y tengo la mirada gruesa, claro… que cuando estoy fino me encanta una bonita sonrisa, unas manos que sepan volar, una mirada directa e inquisitiva, una nuca mostrada bajo un pelo recogido, un cuello largo, unos hombros llenos y cuadrados… y mirarlas caminar sin que me vean.
Y es que no puedo ocultar que me encanta mirar a las mujeres, que disfruto observándolas, que guardo con delicadeza todos los gestos nuevos que encuentro en sus caras y en sus cuerpos, que resultan una magnífica materia poética y que me aportan ese material indispensable de vida que se llama ‘deseo’. Sin ellas quizás ya no existiese, pero siempre con distancia, sin otro afán que el de la posesión de una forma de caminar, de una mirada, de un gesto de la boca… una posesión particular y no compartible, una posesión íntima y absolutamente individual.
(18:26 horas) Cuando el hombre ciego me admitió en su espacio perceptivo [era la hora del café y yo estaba en PdT], yo aún no había pillado su carencia y le extendí mi mano para saludarle. Entonces noté algo extraño, pues aquel hombre no reaccionaba a mi gesto. Solo cuando su acompañante le llamó la atención diciendo: ‘estréchale la mano a Felipe, que te la está ofreciendo’, fue cuando me percaté de su ceguera.
Este suceso me ha hecho pensar durante toda la tarde sobre el cúmulo de cegueras distintas que sostengo, unas cegueras que me hacen presentir lo que sucede a mi alrededor pero que no me dejan posibilidad de respuesta, a no ser que un acompañante me indique lo que debo hacer y cómo debo responder.
Es esta circunstancia otra barrera que sortear en mi lucha por conseguir una individualidad digna, aprender a sobreponerme cuando descubro esas cegueras y conseguir solventarlas por mí mismo, sin necesidad de un lazarillo que me avise de los acontecimientos y me abra la puerta a las reacciones.
De FUMADORAS |
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