Sunday, November 18, 2007

Hoy sufro un prurito social.


Quitando que Guille no duerme por las noches, que mi banco me envía cartas de amor encendido y que el fascista Aznar vende más libros que yo, todo va bien… las diversas generaciones van envejeciendo y hasta es posible que algunos de sus componentes desaparezcan para dejarnos asomar un poquito la cabeza a los que perseveramos desde hace el nisesabe [cuando digo ‘asomar’ estoy hablando de ‘vidilla’, esa cosa que consiste en pillar algún extra fruto del turismito cultural tirado en ponencias, lecturas y mesas redondas]. También es cierto que me he abandonado demasiado en los últimos tiempos y eso hace que no esté referenciado en las listas de tipos con voz y dietas… tampoco debo estar ya en la de poetas, y eso, la verdad, no me desagrada del todo, pues mi tono es otro y mi camino es muy otro que el de la poesía oficial de estos días [no digo que mejor, pero sí digo que otro].
La verdad es que ya voy necesitando salir un poco de esta prisión autoimpuesta para abrazar a mis amigos, para charlar con ellos hasta la madrugada delante de unas copas.


Al margen de este prurito social que me ha entrado de pronto, me he dedicado todo el fin de semana a pintar como si me hubiera entrado una fiebre. He realizado un par de paisajes urbanos con acrílicos y pluma, una postal de iglesia y plaza con estatua al estilo de mi suegro [no sé por qué me ha dado por ahí] y tres imágenes eróticas [dos en sienas y ocres, y una más atrevida de manchas amarillas potentes esbozando unas piernas y una mano entre ellas]. Me ha sorprendido a mí mismo volviendo a la historia figurativa que dejé por imposible hace ya unos tres años [algo ha sucedido y aún no sé qué es]. El caso es que he disfrutado otra vez manchándome las manos y olvidándome del mundo exterior, y lo he hecho con auténtico frenesí, con urgencia por el remate [siempre fue mi mal en la pintura, la prisa, la jodida necesidad de acabar ‘ya’ lo que empiezo].


(17:20 horas) Los sucesos que nos tocan en la vida solo nos parece que fueron buenos cuando ya son pura indiferencia, cuando ya no hay posibilidad alguna de gozarlos como nos hubiera gustado hacerlo cuando fueron. Siempre andamos a trasmano con estas cosas. Cuando somos jóvenes se nos permite el error… y hasta gozarlo. Cuando nos hacemos adultos, lo errores son imperdonables, destrozan, aniquilan… y es entonces cuando consideramos que no supimos gozar nuestros errores adolescentes.
Leo el blog de Álvaro Fernández Magdaleno y me dan ganas de gritarle que viva sus días jóvenes con consciencia de intensidad total, con avaricia.
Decía Julían Marías, en referencia a la desaparición de Unamuno, que un hombre aprovechado [en el mejor sentido de la plabra, claro] deja a su muerte ‘obra’ y ‘hueco’. Y para dejar hueco hay que haber ocupado antes un espacio. Y para ocupar un espacio hay que tomarlo y girarse para que otro no lo ocupe, hay que habitarlo y llenarlo con un modelo vivo que sepa crecer y no agostarse. Eso se consigue viviendo y siendo consciente de la vida… jo, hoy estoy disperso.


(17:47 horas) No quiero recordar a nadie que me resulte intranscendente, ni su nombre, ni los rasgos de su cara. Todos esos tipos me retuercen la cabeza y la adormecen, me despistan del camino que debo seguir. No tengo tiempo para ellos y menos para quedarme repegajoso con su jodido adocenamiento. El mundo está lleno de esos tipos con cara inexpresiva que se cruzan en mi vida y quizás hasta coman un día conmigo en la misma mesa y hasta compartamos unas copas y una conversación plana. Esos tipos son los mayores culpables de mis pausas, de los cortes de luz en mi cabeza y de mi falta de producción. Ni los odio para olvidarlos mejor… pero unos se solapan con otros, cada día, cada hora, cada minuto… para dejarme deshecho.


(18:11 horas) Cuando lo de las pelis de Tarzán en el cine de los salesianos yo no pensaba en las chicas todavía. Mi mundo lo formaban mis amiguetes y los Juegos Reunidos Geyper… y Tarzán, claro, un tipo con taparrabos que salía justo después del NODO, que era más aburrido que la madre que lo parió. Yo entonces era Tarzán a ratitos, pero con pantalones cortos, camisa blanca y un jersey de cuello pico en color gris perla. Un Tarzán sin mona que saltaba dos escalones de un brinco y hacía bucear a las botas Gorila en el primer charco que se ponía por medio.
Tarzán era la hostia, pues podía contra cualquier malvado que llevase armas de fuego, y lo hacía solo con sus manos y con esa astucia animal que aprendió en la selva. También, a veces, se enfrentaba con alguna tribu de zulús, que tenían muy mala uva, y por lo general terminaba salvando a alguna chica guapísima con salacot, camisa abotonada y faldita a juego… era increíble el tipo… y siempre se cepillaba a un cocodrilo [yo pensaba entonces que esos bichos tenían la sangre gris… los problemas del cine en blanco y negro] y terminaba montado sobre la nuca de un elefante dando alaridos como un poseso… pero lo que más me gustaba es que vivía en un árbol de puta madre, y yo quería vivir también así…
Aún quiero vivir en un árbol, como Tarzán.


*NOTA: He realizado unas fotografías de los dibujos con el macro para el colega Javier G. Riobó. No son muy buenas y el flash provoca algunos brillos inadecuados, pero seguro que sirven para hacerse una idea de mi técnica de urgencia.
Para dar las masas de color suelo hacer recortes huecos en cartulina y los adhiero, lo que hace que los bordes queden muy finos gracias a los cortes rectos de tijera o cutter. Utilizo unos botecitos de pintura acrílica que venden para trabajos manuales y los aplico con pincel seco, para que dejen irregularidades en la masa... todo lo mezclo con carboncillos de colores y suelo completar con trazos rápidos de pluma estilográfica de punta gruesa. Todo muy rápido, Javier.
Ah, y utilizo papel Arches poroso y con verjura.
Un abrazo, tío.
[Si picas dos veces con el cursor sobre las imágenes las verás un poquito más grandes].













De FUMADORAS

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