Thursday, November 8, 2007

Existe un final para cada cosa.


Todo es susceptible de ser reemplazado porque existe un final para cada cosa, y justo en ese final hay alguien o algo esperando para seguir o para cambiar. Desde esta premisa puede inferirse que no hay nada que nos mueva a estar vivos o a lo contrario… y por la misma ecuación podemos calibrar el servicio que nos presta esta premisa de cara a no darle importancia a lo que no la tiene o, simplemente, manifestar como importante solo lo que nos apetezca que lo sea y hasta que nos apetezca que lo sea. Así, todo termina siendo convencional, hasta el poeta en su voz… y cuando entiendes esto, también eres capaz de entender que todo lo que te han enseñado es falso desde su médula, pues va dirigido a modelarte. Así es como llega el desencanto: cuando comprendes que eres sustituible sin más, que no respondes más que a unos parámetros de orden general marcados para todos. Es entonces cuando percibes que la política, el arte, la diversidad cultural, la economía y la vecina del quinto te importan un pimiento.
(21:52 horas) Refrescante y graciosísimo el paisaje al que acabo de asistir en mi salida rápida para comprar tabaco: un amigo de buena posición hurgando en el contenedor de basura, un tipo charlando amigablemente con un fox terrier ajeno y atado a una valla de obras, una jovencita contándole a otra que se ha tirado a un marroquí para demostrarle que si va a África no volverá despatarrada, un madridista riéndose a carcajadas con una cervezota en la mano y un viejito contándole batallas a la pantalla de televisión del local donde compro el tabaco… todo en un minuto largo… ¡¡¡Maravilloso!!!, todavía hay esperanza.

Repaso mis últimas entradas en este diario y me dan ganas de gritar. Estoy bajo de pilas y quizás debiera dedicarme a tocar todas mis cosas y hacerme silencio como trabajo indispensable: Mis plumas, con su erótica del frío, saben mucho más que unos ojos o que unas manos… tocarlas es casi como practicar sexo a escondidas, pues en ellas se esconde todo lo que amo, todo lo que deseo y todo lo que debo forzar a salir… el vasito “Martini” que robé hace años en un bar de Punta Umbría, bajo, chatito, también frío y sugerente cuando lo llevo a mis labios [me suele gustar más él que los contenidos que lo visitan]… El antiguo llamador modernista de bronce que compré en Portugal hace un par de años, con su rostro femenino de corte griego, mirándome a los ojos con sus ojos vacíos [me encanta acariciar esa pieza… entre mis deseos más misteriosos figura el de hacer desaparecer su pátina de orín a base de caricias]… los cigarritos liados con mi maquinita “Rapid”, que antes fue de María Jiménez y luego de Paquito Ortega [crujen en mis oídos como una música mística y embrujadora]… el pañuelo rojo que me regaló Maite, la cellista, hace ya tiempo [huele a hembra imaginada… perfecta y desnuda]… mi harmónica “Honner”, que se sabe adaptar a mis labios con más sabiduría que un beso dulce… mi botella vacia de “Hendrick’s”, la cámara “Voigtlander” de baquelita, las cartas dibujadas de Rafaelito Pérez Estrada, la copa de vino que me regaló Sarita Montiel en Castellón con sus labios marcados, la última postal que me envió Belén desde París, la cajita metálica de “Grageas Bengué” que me regaló Mila, la máscara veneciana que me trajo Javier hace ya casi un año…
Tocarlo todo para intentar alejarme de los malos augurios de la escritura, para obligarme a amar otra cosa que no sean las sombras o los recuerdos, para encontrarme otra vez en la magia de algún misterio que me vaya resolviendo con tranquilidad
De FUMADORAS

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