Sunday, December 28, 2008

Cromatografía de la luz.


28 de diciembre de 2008
Después de 14 días trabajando sobre una lámina irregular de cartulina verjurada crema de 69 x 24,5 centímetros [aprox.] y dos bolis “STABILO point 88 fine 0,4” vacíos, con las muñecas agotadas de tanto trazo y con la cabeza medio limpia de los mil malos rollos pequeños que me acucian, he terminado por fin mi “Cromatografía de la luz”, una representación de nueve mujeres desnudas sobre un jodido fondo de escritura [es lo que más me cuesta rematar, ese tipo de fondos realizados con grafías pequeñas y mezcladas] de las que una está dando a luz una lámpara de filamento incandescente. He vuelto a mis dibujos de línea marcada [ya empecé con ellos en mi nuevo diario gráfico hace unas semanas bajo el título de “Busca mi olor”, del que llevo rematadas 19 páginas], entre otras cosas, porque quiero retrotraerme a esos años en los que intentaba cierta poesía social y en los que siempre hacía este tipo de dibujos, empezando por dibujar mujeres en posiciones lascivas y terminando inexorablemente con el dibujo de monstruos irritados que devoraban todo y por ahorcados orinando tulipas encendidas o enredaderas llenas de flores con cinco pétalos. Nunca he sabido por qué realizaba aquellos dibujos, aunque sí fui siempre consciente de que cuando remataba mis dibujos más oscuros era justo cuando emanaban los poemas más intensos. El caso es que he entrado en ese frenesí de nuevo para buscarme “Los 400 golpes” que necesito, y he entrado por la luz de siempre, por el dibujo simple que empiece a estimular el cambio mental que necesito, pues aún sigo en la vena de los “Dientes de leche” y las palabras se van a ellos como un imán, sin que mi voluntad pueda hacer demasiado al respecto.
¿Hacia dónde quiero ir? Veamos:
Sé que la poesía social siempre ha tenido un fuerte componente narrativo y cierta épica [tampoco hay que ocultar su jodida salsa de doctrina]; es por ello que se aleja de la poesía lírica, que juega con las emociones y los símbolos, con esa llamada ‘emotividad subjetiva’ creada para definir la mismita nada del poeta, o por lo menos eso es lo que vienen diciendo desde hace años los estudiosos de culos planos que viven de estas tonterías con magros sueldos universitarios [aunque, si lo pensamos bien, ¿qué puede resultar más emotivo y simbólico que la denuncia de, por ejemplo, la cara de un niño muriendo de hambre en Biafra, con todo lo narrativo, doctrinal y épico que se nos quiera poner el poema?].
El caso de la cosa es que quiero llegar a conseguir poemas sociales que contengan la voluptuosidad poética de mi idioma, es decir, aunar mi planteamiento moral y mi pensamiento ético con la postura más lírica que he aprendido a volcar sobre el papel.
Mi duda radica en si seré capaz de armar poemas claros [la poesía social debe ser una poesía clara –entendible por el receptor al primer golpe–, lo que no quiere decir que tenga que ser una poesía mala] en los que exista altura lírica.
En ello estoy... y es jodido.

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