Sunday, December 21, 2008

Busca mi olor...


El constante latido de mi hija ahí afuera y otros asuntos serios que me acucian, me tienen estos días como un tren desmedido que va a ninguna parte... herido, devorado, imbécil para todo, incapaz...
Por eso ayer me escondí en mi estudio y me desaté en las manos buscando una salida a esta cabeza a punto de estallar [siempre busco en las manos un trazo que me alivie] y comencé una historia de mí hacia no sé dónde que requiriese trazos hasta agotar los músculos y dejarlos vencidos. Primero puse el título, como siempre ["Busca mi olor"], y luego me engolfé en unos dibujos que llenan mi libreta solidaria de una caligrafía absurda... fue una fiebre total: 10 horas dibujando sin parar hasta que quedé profundamente agotado y pude pillar el sueño.
Hoy estoy como nuevo, quizás algo más viejo y desgastado, pero con una hermosa sensación de aire que entra.
Dibujar es una terapia extraña que cura exactamente donde duele.

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Busca mi olor, que el rastro está caliente y el aire te es propicio, pues no cambia desde hace unas semanas su estiaje. Busca mi olor en las cenizas recientes que la llama voraz dejó hace un rato sobre el tamiz que es borde de mis cosas. Busca mi olor, su cénit, su caída, sus huesos destrazados, su deseo, su cúpula de piel, su lamer suave, su incontinencia hermosa que no cede.
Busca mi olor y, si lo encuentras, sabrás de la flaqueza de lo tibio, de la luz del fracaso, del engaño en que muda quien seduce.
Si logras conservarlo en un frasquito con hambre de matraz y quemadura, tendrás para unos meses mi misterio golpeando en sus paredes ovaladas... golpeando en tus tendones, en tus yemas, en tus uñas pintadas, en tu vientre, en tu azul esplendor, en tu muñeca.. siendo pulso y umbral de lo que somos, siendo furia, rescate, pasos, huellas.

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A este babor mío soplan ballenas blancas con un no sé qué funerario que me hace venerarlas como a vírgenes turbias, nítidas en su lecho, fragmentadas. Persigo a esas ballenas cada amanecida con la breve ilusión de ponerlas sobre el mantel de cuadros rojos o tenerlas como mascotas en jaulas de canarios, y cambiarles el agua cada día y echarles ese alpiste que dibujo con mi Stabilo negro para que me coman poco a poco y su vida termine siendo mi muerte exacta. Tenerlas allí, justo al lado de los carneros degollados y colgados en canal, frente a la púrpura de la sangre de mis últimas heridas, sobre el café de abstemio que tomo cada día y muy cerca de ese libro de heráldica que contiene un millón de apellidos para vaciarme el nombre.
Pip, cuida mi campo de amapolas amarillas.








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